La imagen ha estremecido a más de uno: el 6 de abril, el climatólogo estadounidense Peter Kalmus, encadenado a la puerta de un banco JP Morgan (primer inversor en combustibles fósiles), estalló en lágrimas durante un discurso explicando las motivaciones de su acción. Ante la sensación de ver ignoradas las advertencias científicas, decidió emprender una acción de desobediencia civil. En los días que siguieron, más de mil doscientos científicos habían tomado parte en tales acciones en veintiséis países.
En los últimos años, la desobediencia civil se ha convertido en un modo de acción en el que participan cada vez más científicos, tanto en Francia como en otros lugares. Hasta el punto de que se ha convertido en objeto de un número creciente de trabajos académicos que han cuestionado su legitimidad, sus fundamentos éticos, pero también su eficacia.
En 2019, un artículo de revista Lanceta había cuestionado los criterios éticos según los cuales las acciones de desobediencia civil de los científicos podían ser legítimas.
Basándose en la teoría de la justicia de John Rawls (1921-2002), sus autores consideran que esta táctica está justificada cuando denuncia una situación injusta, si se utiliza como último recurso, si es eficaz y si representa la menor forma dañina de acción dada la amenaza.
Luchas exitosas con mayor frecuencia
La cuestión de la injusticia del cambio climático es fácil de decidir, ya que sabemos que estos son los menos responsables del problema que sufrirán las peores consecuencias. La noción de último recurso también es poco debatida, ya que las formas de movilización clásicas parecen tan agotadas: informes científicos que se acumulan, marchas climáticas que se suceden sin traducción política, cabildeo con tomadores de decisiones que tienen muy poco peso frente a los colosales medios de los vestíbulos…
El tercer criterio mencionado en el artículo cuestiona la eficacia de la desobediencia civil. Sobre este punto, el último informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) subrayó que las formas de participación de confrontación directa (boicot, manifestaciones, desobediencia civil) eran cada vez más comunes, y ayudó a dar forma a las políticas climáticas.
Un trabajo reciente ha informado que las luchas contra los proyectos fósiles fueron más exitosas cuando se basaron en la desobediencia civil (Economía Ecológica 195, 2022). En este tipo de acciones, los científicos tienen un papel específico que desempeñar: así lo afirmaba recientemente un equipo de investigadores en la revista Naturaleza Cambio Climático (2022).
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