Con 12 cúpulas, el radiotelescopio de la meseta de Bure está completo

publicado el miércoles 28 de septiembre de 2022 a las 13:14

Y doce para las cúpulas del radiotelescopio milimétrico más potente del hemisferio norte, encaramado en una alta meseta de los Alpes, y cuyas observaciones prometen descubrimientos que van desde la composición de los cometas cercanos hasta los orígenes de la vida en el Universo. .

Cualquier visitante del observatorio NOEMA (Northern extended millimeter array) completa el recorrido a pie y a 2.550 metros de altitud que conduce a una alineación de cúpulas que brillan al sol, en un paraje mineral salpicado de raras matas de hierba y aún virgen de nieve.

La instalación ya ha permitido “avances considerables en astronomía, como la visión de los corazones de las galaxias”, explica, en la brisa helada que barre la meseta de Bure (Hautes-Alpes), Frédéric Gueth, astrónomo y subdirector de la Instituto de Radioastronomía Milimétrica (Iram).

Creado en 1979 por iniciativa del Instituto Max Planck alemán y el Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNRS), al Iram se le sumó más tarde el Instituto Geográfico Nacional (IGN) español. Su buque insignia ha sido durante mucho tiempo el gran radiotelescopio Pico Veleta en España, con su cúpula de 30 metros de diámetro.

El tamaño importa en la radioastronomía milimétrica para captar señales de ondas electromagnéticas extremadamente débiles. Una galaxia, por ejemplo, emite estas ondas en frecuencias que van desde los rayos X, los más energéticos, pasando por la luz visible, hasta las ondas de radio, las de menor energía (milímetros y centímetros).

Las ondas de radio son las del Universo “frío”, es decir “todo menos las estrellas”, y este es el reino de NOEMA.

Las cúpulas de aluminio de Bure tienen solo quince metros de diámetro, pero su poder de resolución radica en parte en su número, que ha aumentado de seis en 2014 a doce desde este año, y en parte en su configuración.

– Domo virtual –

Móviles, a pesar de sus 120 toneladas cada uno, están dispuestos sobre dos carriles formando una T.

Este es el truco de la técnica de observación por interferometría: consiste en apuntar exactamente en el mismo momento el mismo objeto en el espacio con varias cúpulas, que forman una cúpula virtual del tamaño de la distancia que separa la más lejana una de la otra.

Luego depende del correlador, una supercomputadora de apariencia modesta ubicada en una pequeña habitación en el observatorio, combinar las señales recibidas utilizando cálculos hábiles para restaurar una sola imagen.

En invierno, la disposición de las cúpulas se extiende en su amplia configuración, con una distancia máxima de 1,7 km. Este es el “principal momento de observación, cuando la atmósfera es ideal, con aire seco, frío y estable”, explica Frédéric Gueth.

La instalación gira en torno a una imponente sala de mantenimiento que alberga la pequeña sala de control de NOEMA. Un teleférico, reservado para equipos, transporta el equipo necesario para el mantenimiento de las cúpulas y el suministro de la base habitada permanentemente.

– “Ladrillos de la vida” –

El acceso a la base se realiza a través de un corredor resguardado del mal tiempo y la nieve que pronto cubrirá la meseta.

Las cúpulas son monitoreadas como leche al fuego, con un sistema de calefacción para que ni el hielo ni el rocío perturben sus observaciones.

En la sala de control, André Rambaud, un operador, controla su apuntamiento frente a un banco de pantallas. “Vamos a por la observación de ocho galaxias, que están a diez o doce mil millones de años luz y que las cúpulas seguirán durante cinco horas”, dice con una sonrisa.

La astrónoma de guardia, Edwige Chapillon, de Iram, elige el orden de observación de los proyectos que han sido aceptados -hasta cerca de 500 por año- “según su naturaleza y el tiempo que ‘hace'”.

La ciencia de NOEMA no es la más sexy, como coinciden sus astrónomos. Es difícil competir con el público en general con las impresionantes imágenes del nuevo telescopio espacial James Webb, por ejemplo.

Pero esta “formidable máquina del tiempo”, como la llama Edwige Chapillon, especialista en observaciones extragalácticas, trae avances decisivos para la comprensión del Universo.

Los observatorios Iram han descubierto casi la mitad de las moléculas interestelares conocidas, “los bloques de construcción de la vida en el Universo”, remarca el astrónomo.

Y es gracias a NOEMA que los astrofísicos han determinado con precisión la temperatura del joven Universo, menos de mil millones de años después del Big Bang.

Y la red Iram es parte de la colaboración EHT (Event Horizon Telescope), que reúne a los principales radiotelescopios del mundo (incluido Alma en el hemisferio sur), que produjo las primeras imágenes de agujeros negros. NOEMA se unió a la red en 2021 y encontrará fácilmente su lugar allí.

pcl/juc/fmp/

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